Cerrado por vacaciones
Hemos echado el cierre. Bueno, en realidad estamos de feria, cosa que viene a ser lo mismo que cambiar el open por el close y trincar la puerta con dos vueltas de llave. Para muchos, por fin llegó el bullicio de los lunares y los abanicos, el sociable perreo musical en mitad de la calle, el botellón legalizado, la entrega de trofeos, los fuegos artificiales y la tormenta de confeti y matasuegras. Nos esperan diez días de festejos por los que, con toda probabilidad, las fuerzas políticas de la ciudad acaben de los pelos en el próximo pleno. Conste en acta. Cualquier cosa puede ser motivo de despiece: desde la interesada elección de los colores de los fuegos artificiales (este año más azules y menos rojos) hasta la poca previsión meteorológica por parte del concejal de turno que no techó el recinto ferial (la experiencia nos dice que lloverá). Sé que las imágenes utilizadas resultan demasiado caricaturescas y pierden verosimilitud en el camino, pero no andan alejadas de la realidad. Les doy mi palabra. Y si no, tiren de hemeroteca y comprueben el número de páginas dedicadas al polémico reparto de abanicos y a la posibilidad de que este año un notario diera fe de ecuanimidad.
Efectos colaterales
Duermo a unos siete kilómetros del primer indicio serio de feria. Aun así, aunque no lo crean, el latido nocturno del recinto ferial traquetea el somier y escucho los tiritones de mi colección de dedales. Mi frigorífico parece quejarse más de la cuenta. La luz del pasillo pierde intensidad en favor de la puerta ferial. Suelo despertar envuelto en sudores fríos y se repite una y otra vez la misma pesadilla: en el último segundo pierdo la pieza que me hubiera valido el concurso ferial de pesca. Si a esto le sumas que las farmacias más cercanas cierran porque también tienen derecho a un abanico y a una jarra de rebujito bien frío, la vida puede ser un duro trance para un neurótico como yo.
Claro que peor lo tienen los vecinos a cuyas balaustradas atan las guirnaldas y la iluminación extraordinaria. Esos que ven a sus pies atracciones, tómbolas, bingos, casetas de baile, pinchadiscos, porteros y altavoces. Esos que se enrollan la almohada a la cabeza y cuentan concejales en un intento desesperado de dormir un par de horas, porque, aunque resulte difícil de creer, comienzan a trabajar apenas despunte el sol. Precisamente esos que me encuentro llamando a las puertas de las farmacias cerradas en busca de un kit de feria: somníferos y tapones para los oídos. Vaya para ellos mi más profundo sentir.
Recinto ferial
No obstante, este año, en un intento de dar algo de cordura a todo este despliegue de júbilo y desenfreno, los que pinchan y cortan han decidido que las seis de la mañana es buena hora para decir aquello de aquí murió mi caballo y cerrar las casetas. Imagino que la razón de tal medida radica en que a la noche siguiente el recinto tiene que estar niquelado para retomar la diversión o que el despliegue de efectivos tiene que volver a plegarse, y no en el sueño ni en la tranquilidad de los que viven a tiro de piedra. Me da a mí que estos vecinos, lo que no durmieron a lo largo de la noche, ya no lo van a dormir.
A estas alturas, todos sabemos que el lugar idóneo para ubicar el recinto ferial no es el actual. No descubro nada nuevo. Todos los grupos políticos que han llegado al Ayuntamiento en las tres últimas legislaturas vienen afirmándolo: pinza una arteria principal de la capital, resulta un verdadero incordio para el vecindario y se hace necesaria una mayor amplitud. Llevan años diciendo que la desembocadura del río es el lugar propicio para acoger la algarabía. A mí, la verdad, me falta imaginación para levantar el recinto ferial allí. Pero si eso dicen los expertos, háganlo cuanto antes y no lo vuelvan a dejar para que engalane la nueva lista de promesas electorales.
Los huéspedes
Mientras celebramos estos días de feria y pernoctamos con gusto o sin él, el blog de esta casa ofrece sus habitaciones para acoger cuantos comentarios, episodios, sugerencias y curiosidades tengan que ver con esta o cualquier feria veraniega y se quieran compartir con el resto de huéspedes. En esta casa no se regalan abanicos notariados ni se sirve tinto de verano en jarra de cristal, pero el suelo acostumbra a estar húmedo y cualquier palabra fresquita es agradecida por los visitantes. Sobre todo por aquellos que este mes están lejos de Almería y me han escrito asegurándome que han elegido la casa del nadador para seguir informados de lo que aquí ocurre. Gracias a todos ellos por su confianza, ahora que el poniente y un helor travieso advierten de la caída de las vacaciones. Sólo me queda desearles unas felices fiestas y que tengan localizadas las farmacias de guardia. Por si acaso, ya se sabe.
Hemos echado el cierre. Bueno, en realidad estamos de feria, cosa que viene a ser lo mismo que cambiar el open por el close y trincar la puerta con dos vueltas de llave. Para muchos, por fin llegó el bullicio de los lunares y los abanicos, el sociable perreo musical en mitad de la calle, el botellón legalizado, la entrega de trofeos, los fuegos artificiales y la tormenta de confeti y matasuegras. Nos esperan diez días de festejos por los que, con toda probabilidad, las fuerzas políticas de la ciudad acaben de los pelos en el próximo pleno. Conste en acta. Cualquier cosa puede ser motivo de despiece: desde la interesada elección de los colores de los fuegos artificiales (este año más azules y menos rojos) hasta la poca previsión meteorológica por parte del concejal de turno que no techó el recinto ferial (la experiencia nos dice que lloverá). Sé que las imágenes utilizadas resultan demasiado caricaturescas y pierden verosimilitud en el camino, pero no andan alejadas de la realidad. Les doy mi palabra. Y si no, tiren de hemeroteca y comprueben el número de páginas dedicadas al polémico reparto de abanicos y a la posibilidad de que este año un notario diera fe de ecuanimidad.
Efectos colaterales
Duermo a unos siete kilómetros del primer indicio serio de feria. Aun así, aunque no lo crean, el latido nocturno del recinto ferial traquetea el somier y escucho los tiritones de mi colección de dedales. Mi frigorífico parece quejarse más de la cuenta. La luz del pasillo pierde intensidad en favor de la puerta ferial. Suelo despertar envuelto en sudores fríos y se repite una y otra vez la misma pesadilla: en el último segundo pierdo la pieza que me hubiera valido el concurso ferial de pesca. Si a esto le sumas que las farmacias más cercanas cierran porque también tienen derecho a un abanico y a una jarra de rebujito bien frío, la vida puede ser un duro trance para un neurótico como yo.
Claro que peor lo tienen los vecinos a cuyas balaustradas atan las guirnaldas y la iluminación extraordinaria. Esos que ven a sus pies atracciones, tómbolas, bingos, casetas de baile, pinchadiscos, porteros y altavoces. Esos que se enrollan la almohada a la cabeza y cuentan concejales en un intento desesperado de dormir un par de horas, porque, aunque resulte difícil de creer, comienzan a trabajar apenas despunte el sol. Precisamente esos que me encuentro llamando a las puertas de las farmacias cerradas en busca de un kit de feria: somníferos y tapones para los oídos. Vaya para ellos mi más profundo sentir.
Recinto ferial
No obstante, este año, en un intento de dar algo de cordura a todo este despliegue de júbilo y desenfreno, los que pinchan y cortan han decidido que las seis de la mañana es buena hora para decir aquello de aquí murió mi caballo y cerrar las casetas. Imagino que la razón de tal medida radica en que a la noche siguiente el recinto tiene que estar niquelado para retomar la diversión o que el despliegue de efectivos tiene que volver a plegarse, y no en el sueño ni en la tranquilidad de los que viven a tiro de piedra. Me da a mí que estos vecinos, lo que no durmieron a lo largo de la noche, ya no lo van a dormir.
A estas alturas, todos sabemos que el lugar idóneo para ubicar el recinto ferial no es el actual. No descubro nada nuevo. Todos los grupos políticos que han llegado al Ayuntamiento en las tres últimas legislaturas vienen afirmándolo: pinza una arteria principal de la capital, resulta un verdadero incordio para el vecindario y se hace necesaria una mayor amplitud. Llevan años diciendo que la desembocadura del río es el lugar propicio para acoger la algarabía. A mí, la verdad, me falta imaginación para levantar el recinto ferial allí. Pero si eso dicen los expertos, háganlo cuanto antes y no lo vuelvan a dejar para que engalane la nueva lista de promesas electorales.
Los huéspedes
Mientras celebramos estos días de feria y pernoctamos con gusto o sin él, el blog de esta casa ofrece sus habitaciones para acoger cuantos comentarios, episodios, sugerencias y curiosidades tengan que ver con esta o cualquier feria veraniega y se quieran compartir con el resto de huéspedes. En esta casa no se regalan abanicos notariados ni se sirve tinto de verano en jarra de cristal, pero el suelo acostumbra a estar húmedo y cualquier palabra fresquita es agradecida por los visitantes. Sobre todo por aquellos que este mes están lejos de Almería y me han escrito asegurándome que han elegido la casa del nadador para seguir informados de lo que aquí ocurre. Gracias a todos ellos por su confianza, ahora que el poniente y un helor travieso advierten de la caída de las vacaciones. Sólo me queda desearles unas felices fiestas y que tengan localizadas las farmacias de guardia. Por si acaso, ya se sabe.
*[Este artículo, a diferencia del resto, no ha sido publicado en La Voz de Almería. El próximo domingo tampoco habrá artículo en papel, pero sí en La casa del nadador. Exigencias de esta semana de peineta y rebujito en porrón]
Juan Manuel Gil
Juan Manuel Gil