domingo, diciembre 17, 2006

Los empastes navideños

Disgustos

No tiene por qué gustarnos la navidad. Y cuando digo navidad me refiero al mes de diciembre luciendo los empastes de siempre: bombillas coloreadas, villancicos hipnóticos, anuncios de perfume, escalofriantes belenes mecanizados y pascueros con aires de planta carnívora. Lo cierto es que escucho cada vez con mayor frecuencia eso de ‘a mí ésta época del año me gusta bien poco; me trae a la memoria el recuerdo de los que ya no están con nosotros’.
La navidad parece haberse convertido en el periodo propicio para deshelar la parte de nuestro recuerdo, donde albergamos los nombres de los que ya se fueron. Y a mí eso no deja de resultarme inquietante. Es curioso que nos acordemos de nuestros ‘in memoriam’ cuando estamos trinchando el pavo, despedazando sin piedad un langostino o celebrando, con cotillón incluido, la llegada del año nuevo -salvo que a ellos les gustase especialmente el muslo de pavo, los langostinos y la serpentina, que no es difícil-. Es decir, por mucho que revuelvo en mi fuero interno, no encuentro dónde anida el resorte que dispara los índices de tristeza y compungimiento durante los días de navidad.
Me pregunto si será una cuestión de cultura arraigada en lo más profundo de nosotros mismos. Y la respuesta me asusta. Me pregunto por qué no escucho ese mismo desconsuelo cuando está a punto de llegar el verano, con el dedo gordo del pie metido ya en la piscina, con el rosco de Semana Santa a medio deglutir o en pleno atasco del puente de la Constitución. Con esto no quiero decir que no haya personas que no sientan desordenada y profundamente la pérdida de un ser querido durante todo el año. Sería una estupidez por mi parte. Pero sí creo que hay un sentimiento nostálgico, a veces excesivamente blando, ñoño y artificial, que ha colonizado con especial ahínco el mes de diciembre, olvidándose, con clara alevosía, de otras épocas del año que, por predisposición, quizá eran más aptas para la melancolía. Así que durante la navidad no es difícil escuchar frases como ‘Feliz Navidad’, ‘Feliz año nuevo’, ‘Me acuerdo de los que ya no están con nosotros’ y ‘Fún fún fún’. Y al final, todos ellas, impregnadas del cerumen del cliché, acaban significando lo mismo: nada.

Gustos

No tiene por qué disgustarnos la navidad. Y cuando digo navidad me refiero al mes de diciembre luciendo empastes nuevos: bufandas, dedos de cristal, cafés larguísimos, mensajes en el contestador, lluvia ácida y abrazos y abrigos. No es difícil toparte por la calle con quien acabarás en una cafetería hasta la hora de decidir si es momento de recogerse o de practicar algo más de navidad en cualquier otro lugar. Es fácil estar en la calle, a pesar del frío. Más fácil aún es que el frío te saque de la calle.
Este mes de diciembre, por ejemplo, ya me ha deparado algunas sorpresas bastante gratas. La primera tuve oportunidad de compartirla con cuantos pasaban por la calle. De un charco de paraguas naranjas, en diferentes puntos de nuestra ciudad, emergieron los ‘hombres y mujeres libro’, que recitaron de un forma sentida y natural poemas de Javier Egea, García Lorca, Machado, Ángel González, Gil de Biedma, Pedro Salinas y fragmentos de Julio Cortázar o Patrick Süskind. Resultaba altamente reconfortante y esperanzador asistir al efecto que causaba la poesía de viva voz en mitad de la calle: la mayoría de viandantes interrumpía su paso programado, los itinerarios sufrían un revés, el discurso requería la atención y el sosiego de un banco o de una pared contra la que apoyarse y algunos versos golpeaban tanto como acariciaban otros. Las luces de navidad desaparecieron. Se convirtieron en el fogonazo o la mancha difuminada propia del miope. Algo que más que luz es borrón, espectro o muesca en el paisaje urbano.
La segunda sorpresa fue la visita de Juan Bonilla con motivo de la celebración del día de la lectura en Andalucía. El autor de ‘Nadie conoce a nadie’ o de la reciente antología de cuentos con la portada más bonita del mundo, ‘Basado en hechos reales’ (Editorial Berenice), hizo un análisis agudísimo de la importancia de la lectura y planteó una serie de interrogantes que hicieron añicos la corrección política que siempre ha rodeado a la lectura. Insistió en la importancia de la calidad sobre la cantidad. No es tanto una cuestión de cuánto se lee, sino de qué se lee y hasta que profundidades se desentraña lo que se lee. Y se alejó del tópico que asegura que leer siempre es bueno. La intervención de Juan Bonilla fue perfilando un autentico canto a la lectura, distanciado de los clichés y las frases hechas que venimos leyendo y escuchando desde hace algún tiempo ya. Parece ser cierto lo que aseguraba Juan Bonilla: pocos lectores quedan ya que sean capaces de disfrutar del mimo y la dedicación obsesiva que ha dejado el escritor en cada una de sus páginas. Ahora todo tiene que ver con el ansia, la velocidad y la vista aérea. La escala minúscula parece ser materia de unos lectores en peligro de extinción.

Juan Manuel Gil

domingo, diciembre 10, 2006

La fiesta de los libros

FIL 06

He visitado la 20ª Feria Internacional del Libro de Guadalajara (FIL 06), e imagino que pertenezco, por tanto, a esa “lista de gorrones” a la que el señor Javier Arenas aludía la semana pasada. Creo que aseguró, palabras textuales, que “acabaría con los gorrones” sí era elegido presidente de la comunidad andaluza. La expresión suena algo grandilocuente, más propia de un sheriff entre rejas que de un político vencido, pero es que así es él y a estas alturas poco me sorprende.
Siempre que escucho opiniones de las que me siento rotundamente alejado, procuro adoptar una nueva perspectiva, intentar comprender cómo se llega a ese posicionamiento, no quedarme en una respuesta que pueda tener más pulsión que peso atómico. Les doy mi palabra de que, a mi vuelta de Guadalajara, lo he intentado como en otras ocasiones, pero los resultados han sido mínimos. No he encontrado razones que no sean mezquinas para justificar las palabras de Javier Arenas: “pediré cuentas de los gastos, los costes y la lista de gorrones” a la Junta de Andalucía. Sobre todo porque uno puede llegar a pensar que no siempre pide esas cuentas cuando se trata de ferias inmobiliarias o agrícolas, o no se las pide a quienes debe y, claro, luego ocurren cosas: que a uno le crecen los enanos en su propia casa. Pero como no quiero mezclar churras con merinas, les contaré algunas cosas que yo vi y viví durante mi estancia en Guadalajara. Y así, con las desventuras de alguien que estuvo allí y con los juicios de otro que rechazó viajar con la cultura andaluza, quizá puedan conformarse una opinión más poliédrica y completa sobre el asunto.

Programación andaluza

Para que se hagan una idea: imaginen cualquier palacio de congresos de una gran ciudad en el que los libros se han extendido como una especie de plasma balsámico y ahora lo domina todo y el edificio ha empezado a respirar con pulmones nuevos. Los asistentes se arremolinan ante los stands de las editoriales y mientras caminas por los pasillos se puede observar cómo algunos se detienen, extienden en el mismo suelo un mapa de aquel lugar y marcan con una equis las editoriales visitadas hasta el momento.
Cuando uno atraviesa las puertas de aquel enorme palacio de congresos, la primera sensación que se tiene es que allí se está llevando a cabo una fiesta, una especie de ceremonia en la que personas de todas las edades se muestran abiertamente partícipes, cómplices de aquella reunión en torno a libros, anaqueles, cafés literarios, globos, música, representaciones, conferencias, recitales y descubrimientos editoriales. Algo, tristemente, poco probable a este lado del Atlántico, donde no es el libro, donde no es la cultura, por desgracia, un elemento capaz de articular tal número de ciudadanos.
Uno de los hechos que más ha llamado mi atención ha sido la palpable presencia de adolescentes durante los cuatro días que visité la Feria. Era posible ver a jóvenes paseando con sospechosa tranquilidad entre los anaqueles del Fondo de Cultura Económica, Porrúa o Aral, hojeando libros, preguntando por el precio de tal o cual volumen o desplazándose a toda velocidad por los pasillos, con el mapa de ubicación en ristre. Llenaban las conferencias y los recitales, y casi todos los que participamos allí mostramos nuestra sorpresa ante tal avalancha de adolescentes, que parecían conspirar con los ojos muy abiertos, muy quietos, contra todo lo que escuchaban.
Para sorpresa de los que veníamos de este lado del mundo, las conferencias y los recitales de autores andaluces colgaron en multitud de ocasiones el cartel de “cupo lleno” y los asistentes que se habían quedado fuera podían seguir las intervenciones a través de pantallas dispuestas en los aledaños de las salas. La programación literaria andaluza no tardó en conectarse a los ciudadanos mexicanos que tomaron aquel lugar como un espacio de encuentro, de hermanamiento cultural, de acogida jubilosa. Y así nos lo hicieron ver en todo momento.
No quiero entrar en la hipnosis de las cifras, en la resaca que deja la inversión y los beneficios. Prefiero quedarme con la posibilidad que se le ha brindado a Andalucía de mostrar esta vez su vertiente creadora, y el éxito del proyecto. Por una vez no ha sido la Andalucía del despropósito urbanístico, de la agricultura intensiva, del alcalde expedientado y expulsado, del escándalo y la corrupción. Esta vez le tocaba a la cultura y, a mi juicio, ha sabido estar a la altura de las expectativas. La organización no ha tardado en tildar la Feria de este año como la mejor desde sus inicios.
Que el señor Javier Arenas nos llame gorrones a los que viajamos a Guadalajara, me parece un acto ruin y despreciable. Cobarde también, porque posiblemente acabe desdiciéndose o asegurando que sacaron sus palabras de contexto Pero, sinceramente, no me sorprenden lo más mínimo las palabras de alguien que no ha mostrado sensibilidad alguna por la cultura, de alguien que estará posiblemente acostumbrado a tener chófer, suculentas dietas pagadas, vuelos en bussines por la patilla y hoteles de postín pagados con el bancohotel del protocolo. La participación de Andalucía en la Feria Internacional del Libro de Guadalajara ha sido todo un éxito. A pesar, como de costumbre, del Partido Popular.

Juan Manuel Gil

domingo, septiembre 17, 2006

Nada nuevo bajo el sol

Uno (El regreso)

Apenas nos hemos descuidado, los políticos han vuelto a meterse en el salón de casa. Me vine a dar cuenta la misma noche que el cielo de Almería se abrió por la mitad y dejó a la vista una espeluznante cartografía de sus nervios. Eran blanquísimos, retorcidos como tallos de parra y capaces de sacudirnos, en décimas de segundo, el calcio de nuestros huesos. Creo que fue esa noche cuando los políticos decidieron contar todo lo que llevaban en la guantera, antes de que el bronceado se les escurriera tobillos abajo.
Desde entonces, el PSOE ha inaugurado su propia televisión en Internet y se ha lanzado a la aventura de la bitácora; las tropas españolas desembarcaron junto a un grupo de bañistas en una playa de Líbano para verificar la retirada Israelí; la primera entrevista de la temporada de Cuatro nos permitió deducir que Iñaki Gabilondo y Mariano Rajoy procuran no veranear cerca el uno del otro; el gobierno, ante las últimas oleadas de inmigrantes, ha optado por mostrar su colmillo izquierdo; y Acebes se parece a alguien del que no termino de acordarme.

Dos (La verdad)

Pero nada de esto es lo peor. Hasta aquí lo que más o menos uno podía predecir mientras se tomaba un combinado con mucho hielo en el mismo borde de una piscina comunitaria. Lo más preocupante es que algunos temas hayan vuelto a tomar valor y cuerpo de arma arrojadiza, y sus esquirlas estén viajando, tremendamente hambrientas, en todas las direcciones. Me refiero, como ya habrán podido deducir, al 11-M y a la conspiración que el Partido Popular y algunos medios de comunicación se han dedicado a pergeñar y promulgar allá donde plantan sus zapatos de suela de caucho.
Dicen que quieren saber la verdad. Y lo cierto es que, dicho así, suena muy loable y meritorio, puesto que todo hombre y mujer debe aspirar siempre a conocerla. Este afán es garante de un mundo mucho mejor y nos otorga la posibilidad de enmienda. Sin embargo, no deja de resultar curioso que quiera conocer la verdad el mismo partido político que por entonces, cuando los cercanías de Madrid sollozaron, tenía sus clips, grapadoras y rotuladores en la mismísima Moncloa. Es decir, que el señor Rajoy, por poner un ejemplo, si tiene alguna duda, debería dirigirse a los señores Acebes, Zaplana o Aznar, que por aquel entonces llevaban las riendas que días después les arrebataría un electorado que se sintió ultrajado.

Tres (El sumario)

Pero, como siempre cabe la posibilidad de que uno no se fíe ni de los suyos, lo que puede hacer el señor Rajoy es darle una oportunidad al sumario instruido por el Juez del Olmo. No sé exactamente el número de páginas de las que consta -creo que, por sus dimensiones, hay que trasladarlo en un vehículo mixto-, pero, que yo sepa, no hay ni una sola declaración o indicio que haya hecho pensar a los expertos en estos menesteres que tras los atentados estuviera la mano negra de ETA. Hasta aquellas fuerzas de seguridad en las que decía basarse el señor Acebes para afirmar que la hipótesis de ETA era factible y cobraba fuerza, hasta ellas mismas han declarado que el atentado etarra lo descartaron con tanta rapidez como vehemencia ponía en su discurso para mantenerla el portavoz del gobierno.

Cuatro (Conclusión)

Como procuro no pecar de cándido, sé que posiblemente el señor Rajoy prefiera leer y dar credibilidad a determinados medios de comunicación, antes que al sumario instruido cautelosamente por el juez del Olmo. Me sorprende que el Partido Popular profese tanta desconfianza hacia el poder judicial. Sobre todo porque lo he escuchado decir muchas veces eso de ‘la justicia tendrá la ultima palabra’ o ‘dejémoslo en manos de la justicia y que ella disponga’. Tratándose de otros temas, claro.
La cuestión es que mientras el ‘El Mundo’ se esfuerza en demostrar lo contrario a través de ese periodismo de investigación del que tanto se vanagloria, yo seguiré creyendo en lo que por ahora tiene más peso y así ha sido demostrado: el ataque fue preparado y ejecutado por terroristas islámicos; eligieron España como objetivo de su matanza por su participación activa en una guerra (sobre la que Aznar también mintió) a la que una gran parte de la población española se opuso abiertamente; y el Partido Popular intentó gestionar la información sobre el atentado con claros fines electorales, es decir, mintió despreciablemente y una gran parte de la ciudadanía se lo hizo pagar en las urnas. Esto es lo que hasta el momento parece sensato a tenor de las pruebas recabadas. Y esto es lo que yo creo. El resto son ínfulas, pataleos y estrategias que emponzoñan un terrible capítulo de nuestra historia más reciente. Me refiero, claro está, a estos que piden la verdad y que entonces no dudaron en mentir. Como ven, nada nuevo bajo el sol.

Juan Manuel Gil

domingo, septiembre 10, 2006

El otoño por delante

Desórdenes

Hay veces que caigo de golpe en la mañana y me magullo las rodillas. La sensación es muy parecida a la que siente la mayoría de personas en mitad del examen práctico de conducir: uno tiene que tomar conciencia de sus piernas, ojos, manos y corazón, y acompasarlos mientras observa a un desconocido en el espejo retrovisor. No sé explicarlo con más acierto y no sé cuándo me va a asaltar esta sensación. Lo hace, y ahí está llamándome, engatusándome, lamiéndome para que en pocos minutos acabe ensimismado en una especie de desorden psicótico, de neura estúpida que hiela y paraliza.
Pero no se alarmen –si empezaban a hacerlo-. La experiencia me ha enseñado a salir airoso en estos días de desorientación y, en contadas ocasiones, ansiedad. Existen algunas actividades que bien practicadas tienen un inmediato efecto balsámico: comprobar que mi listín telefónico sigue actualizado; leer muy, muy despacio la sentencia que Urdaci leyó muy, muy rápido; escribir artículos parecidos a éste; salir a buscar casa durante un par de horas; o manufacturar un calendario y anotar los compromisos y citas ineludibles.
Ahora, en septiembre, el que mejor resultado me suele dar es este último procedimiento. No dudo en anotar, como si de una agenda o diario íntimo se tratara, todas aquellas actividades de interés que he ido recabando de este o aquel medio, y las dispongo en un riguroso orden de prioridad. Así, créanme, consigo dar a los músculos faciales algo de ligereza y a la carótida menos torrente y más riego por goteo.

Agenda cultural

Estas fechas vienen bien para los menesteres de los que hablamos. A pesar de que la Bienal Internacional de Arte Contemporáneo (ALBIAC) toca ya a su fin y no tardarán en publicar sus cifras, esta época es propensa a la agenda cultural. Me explico. Apenas uno pegue un resbalón en cualquier periódico, podrá ver publicadas las propuestas culturales que este otoño nos ofertarán las concejalías, delegaciones, asociaciones, bares de copas, productoras, fundaciones, empresas privadas y locos encantadores.
De repente, mirando las agendas, asistimos al desvanecimiento del colorín y chancleteo de la oferta veraniega, para dejar paso a la solemnidad de la manga larga y el calefactor. Los recitales poéticos, las proyecciones cinematográficas, las conferencias más sesudas, los talleres literarios, las grandes exposiciones, los conciertos de cámara, los cursos formativos y los cócteles de la cultura almeriense tornan a la par que la hoja caduca. Algunos de los eventos vuelven a ser minoritarios pero distinguidos; el Teatro Cervantes muestra pequeñas señales espasmódicas de lo que tendrá que acabar siendo; las sillas se alinean frente a la tarima y el atril; y cada noche, antes de acostarnos, pedimos veladas frías para desempolvar las bufandas que tan elegantes nos quedan.

Lo que nos espera

Haciendo repaso a lo que pudimos disfrutar durante la temporada anterior, me encuentro con una serie de actividades de las que espero noticias con prontitud. Algunas de ellas son viejas conocidas en el panorama cultural almeriense y otras, con cierto mimo y esmero, no tardarán en acomodarse a la fría noche en el bosque. Ellas serán las encargadas de que la humedad no hiera nuestras rodillas y la carretera disponga de claridad. Me refiero al Cine Club Universitario –ojalá no demore su inicio tanto como la temporada anterior-; los Banderines Poéticos –con apenas tres números ya son una referencia en lo recitales de Almería-; los encuentros con directores de la Fundación Unicaja –espero que la participación de los directores de cine en los Institutos de secundaria se vea incrementada-; las actividades organizadas por el Centro Andaluz de las Letras –me consta que en la provincia ya se están pergeñando algunos talleres de escritura creativa-; las propuestas que se hacen carne a través del Instituto Andaluz de la Juventud; y el ímpetu con el que ha irrumpido un Museo Arqueológico cuyo ramaje promete ser fuerte y denso.
Sobra decir que a este panorama cultural le faltan actividades, bien porque he tropezado en el olvido, bien porque no tengo conocimiento de su existencia. Aunque, a decir verdad, me temo que no son muchas más las propuestas con capacidad pulmonar suficiente para atravesar el otoño. En cualquier caso, uno llega a esta época del año con las manos extendidas y los ojos como platos, dispuesto a quedar donde siempre con los mismos, con la certeza de que más de una tarde-noche acabará eternizada en el blog de cualquiera de los que allí estuvimos y no abandonamos a tiempo.

Juan Manuel Gil

lunes, septiembre 04, 2006

La resaca del verano

Septiembre

En septiembre todo retoma su color y blandura. Vuelven los periódicos a fruncir el ceño, despierta la acidez de corazón, los gimnasios se implantan colmillos de oro, los bloggers juran sobre un portátil escribir más a menudo, Kayros retoma su necesario y terapéutico ‘Té con limón’ y entran en vigor las relaciones sentimentales que días atrás fueron escarceos veraniegos. Septiembre es un mes propicio para que los papeles empiecen a ser compulsados, los políticos luzcan ojos sin ojeras y el hombre del tiempo se compinche con las agencias de viajes. Nadie está libre de los efectos de un mes que camufla con torpeza la mala leche del día de año nuevo en la oficina.
No es de extrañar que lo primero que hagan los damnificados –somos casi todos- sea poner cara de capullo a mitad de la primera mañana de trabajo y, como si las muerte se nos llevara, repasar una sucesión de fotogramas que aún huelen a cloro en nuestra memoria. Esto viene a ser el compuesto químico que carga nuestra batería y nos ayuda en la reincorporación laboral. Aunque viene a durar lo que unas pilas normalitas en una cámara digital.

Ecografía veraniega

Yo, como no podía ser de otra forma, he caído en las fauces de la nostalgia y, unas horas después de que el 1 de septiembre me arrojara el despertador a la ceja, me he encontrado haciendo balance de lo vivido durante julio y agosto. Lo he hecho con tanta distancia que parecía estar recordando algún intrépido episodio vivido durante mi estado embrionario. Tal es así, que algunas de las imágenes las visualizaba en blanco y negro y tenían resolución de ecografía anhelada. Lo que viene a continuación son un par de experiencias o estados que me han acompañado la mayor parte de un verano que olvidaré, si la memoria no me falla. Quizá, siendo optimista, quede algo de esto que escribo.

Israel y Líbano

La imagen de un Líbano convertido en escombrera ha sido la más dolorosa. Sobre todo porque no resultaba difícil averiguar qué se ocultaba tras el entramado de bloques de hormigón y hierros retorcidos hasta el quejido. La reacción del ejército israelí, según declaraciones de nuestro propio gobierno, resultó ser a todas luces desproporcionada; palabras que vienen a significar que uno no puede hacer lo que le salga de los huevos y atacar objetivos civiles y dejar caer bombas racimo y hacer oídos sordos a lo que dice la comunidad internacional. Pues resulta que, para mi asombro, alma cándida yo, al PP le resultaron polémicas y provocadoras estas palabras por una razón que, por absurda, me he obligado a olvidar. Ahora, después de asistir al miedo de los afectados por la barbarie, nos queda presenciar el dolor en su forma más ácida: remover las fosas comunes y poner las iniciales de las víctimas sobre cada una de ellas. Nada más sufrido.

Revista de agosto

Los acontecimientos de esta guerra los he seguido, en su mayor parte, a través de ‘El País’, periódico que se ha convertido en otra de las constantes de este verano. Así que, el cierre de las columnas ‘Mar de copas’ de Sergi Pàmies y ‘Pie de foto’ de Juan José Millás, ambas enmarcadas en el cuadernillo ‘Revista de Agosto’, han dejado en mí un fuerte desconsuelo. Y quiero dejar claro que esta vez no es mera retórica o artilugio de última hora. Lo escribo así, porque lo he sentido literalmente así.
A mi juicio, la primera columna ha sido una de las más frescas e ingeniosas secciones que he leído en este último año. Y el merito no sólo ha radicado en el irresistible trato que ha sabido dar a la parafernalia de los cócteles, las barras, los pétalos de rosa y su periferia literaria, sino en la constante calidad de sus escritos. Puso el listón alto y supo mantenerlo con una tensión digna del mejor barman o del bebedor que nunca se retira a tiempo. No en vano, ha sido una de las secciones más visitadas en la versión digital de ‘El País’. Prueben a echarle un vistazo a las estadísticas y de paso lean cada una de las entregas, acompañándolas con sus correspondientes combinados, claro está.
A ese mismo nivel ha estado el de siempre. Y es que, a estas alturas, no voy a descubrirle a nadie el talento de Juan José Millás. Que pone el ojo donde nadie, que tiene en su casa una sala de autopsias de lo cotidiano, que nos pone nerviosos tanta lucidez en agosto, que en el interior de su frigorífico ocurren cosas extrañas, que su foto de cabecera también merece uno de sus comentarios, que hay gente que piensa en él para el banquillo de nuestra selección, que más de uno daría un par de meses de vida por encontrárselo en algún cuento escrito por Luis el Vitaminas, es algo que saben los que lo leen diariamente.
Como pueden imaginar, el verano me ha deparado algo más. Algunas cosas, bien planteadas, pueden llegar, incluso, a parecer ligeramente interesantes. Otras, por no resultar confesables, me las reservaré para los santos óleos. Mientras tanto, la casa del nadador, después de estos días de feria, vuelve a abrir sus puertas de par en par, a lucir tarima flotante y a pedir al lector que nos deleite con el inolvidable momento de su verano. No es la mejor terapia para nuestro regreso al trabajo, pero es lo que hay.

Juan Manuel Gil

domingo, agosto 20, 2006

En feria soy un tío raro [*]

Cerrado por vacaciones

Hemos echado el cierre. Bueno, en realidad estamos de feria, cosa que viene a ser lo mismo que cambiar el open por el close y trincar la puerta con dos vueltas de llave. Para muchos, por fin llegó el bullicio de los lunares y los abanicos, el sociable perreo musical en mitad de la calle, el botellón legalizado, la entrega de trofeos, los fuegos artificiales y la tormenta de confeti y matasuegras. Nos esperan diez días de festejos por los que, con toda probabilidad, las fuerzas políticas de la ciudad acaben de los pelos en el próximo pleno. Conste en acta. Cualquier cosa puede ser motivo de despiece: desde la interesada elección de los colores de los fuegos artificiales (este año más azules y menos rojos) hasta la poca previsión meteorológica por parte del concejal de turno que no techó el recinto ferial (la experiencia nos dice que lloverá). Sé que las imágenes utilizadas resultan demasiado caricaturescas y pierden verosimilitud en el camino, pero no andan alejadas de la realidad. Les doy mi palabra. Y si no, tiren de hemeroteca y comprueben el número de páginas dedicadas al polémico reparto de abanicos y a la posibilidad de que este año un notario diera fe de ecuanimidad.

Efectos colaterales

Duermo a unos siete kilómetros del primer indicio serio de feria. Aun así, aunque no lo crean, el latido nocturno del recinto ferial traquetea el somier y escucho los tiritones de mi colección de dedales. Mi frigorífico parece quejarse más de la cuenta. La luz del pasillo pierde intensidad en favor de la puerta ferial. Suelo despertar envuelto en sudores fríos y se repite una y otra vez la misma pesadilla: en el último segundo pierdo la pieza que me hubiera valido el concurso ferial de pesca. Si a esto le sumas que las farmacias más cercanas cierran porque también tienen derecho a un abanico y a una jarra de rebujito bien frío, la vida puede ser un duro trance para un neurótico como yo.
Claro que peor lo tienen los vecinos a cuyas balaustradas atan las guirnaldas y la iluminación extraordinaria. Esos que ven a sus pies atracciones, tómbolas, bingos, casetas de baile, pinchadiscos, porteros y altavoces. Esos que se enrollan la almohada a la cabeza y cuentan concejales en un intento desesperado de dormir un par de horas, porque, aunque resulte difícil de creer, comienzan a trabajar apenas despunte el sol. Precisamente esos que me encuentro llamando a las puertas de las farmacias cerradas en busca de un kit de feria: somníferos y tapones para los oídos. Vaya para ellos mi más profundo sentir.

Recinto ferial

No obstante, este año, en un intento de dar algo de cordura a todo este despliegue de júbilo y desenfreno, los que pinchan y cortan han decidido que las seis de la mañana es buena hora para decir aquello de aquí murió mi caballo y cerrar las casetas. Imagino que la razón de tal medida radica en que a la noche siguiente el recinto tiene que estar niquelado para retomar la diversión o que el despliegue de efectivos tiene que volver a plegarse, y no en el sueño ni en la tranquilidad de los que viven a tiro de piedra. Me da a mí que estos vecinos, lo que no durmieron a lo largo de la noche, ya no lo van a dormir.
A estas alturas, todos sabemos que el lugar idóneo para ubicar el recinto ferial no es el actual. No descubro nada nuevo. Todos los grupos políticos que han llegado al Ayuntamiento en las tres últimas legislaturas vienen afirmándolo: pinza una arteria principal de la capital, resulta un verdadero incordio para el vecindario y se hace necesaria una mayor amplitud. Llevan años diciendo que la desembocadura del río es el lugar propicio para acoger la algarabía. A mí, la verdad, me falta imaginación para levantar el recinto ferial allí. Pero si eso dicen los expertos, háganlo cuanto antes y no lo vuelvan a dejar para que engalane la nueva lista de promesas electorales.

Los huéspedes

Mientras celebramos estos días de feria y pernoctamos con gusto o sin él, el blog de esta casa ofrece sus habitaciones para acoger cuantos comentarios, episodios, sugerencias y curiosidades tengan que ver con esta o cualquier feria veraniega y se quieran compartir con el resto de huéspedes. En esta casa no se regalan abanicos notariados ni se sirve tinto de verano en jarra de cristal, pero el suelo acostumbra a estar húmedo y cualquier palabra fresquita es agradecida por los visitantes. Sobre todo por aquellos que este mes están lejos de Almería y me han escrito asegurándome que han elegido la casa del nadador para seguir informados de lo que aquí ocurre. Gracias a todos ellos por su confianza, ahora que el poniente y un helor travieso advierten de la caída de las vacaciones. Sólo me queda desearles unas felices fiestas y que tengan localizadas las farmacias de guardia. Por si acaso, ya se sabe.
*[Este artículo, a diferencia del resto, no ha sido publicado en La Voz de Almería. El próximo domingo tampoco habrá artículo en papel, pero sí en La casa del nadador. Exigencias de esta semana de peineta y rebujito en porrón]

Juan Manuel Gil

lunes, agosto 14, 2006

Mis vacaciones

Elegir destino

No es fácil escoger el destino vacacional. Uno se planta delante del ordenador y teclea nombres de ciudades, atajos económicos, itinerarios de interés, maneras de vivir, precios por persona y formas de pago, y se arriesga a que la puerta de la habitación se hinche hasta crujir y quede atascada de por vida. No es fácil escoger destino porque la experiencia nos demuestra que, aunque todo viaje es proteico y está altamente mineralizado, acostumbramos a meter la pata y planificar vacaciones planas y raquíticas que únicamente entienden el descanso en su horizontalidad.
Este año preparé una agenda de prioridades a la que prometí mantenerme fiel, independientemente del destino que me deparara. Coloqué cada uno de los intereses, condiciones, filias y fobias en celdas separadas a la espera de que diese en cualquier momento un resultado que pudiera recuadrar y discutir con el resto de viajeros. Y efectivamente así sucedió. A las pocas horas, habíamos acordado pasar una de las semanas de nuestras vacaciones en el Parque Natural de Cabo de Gata. A veces, las matemáticas nos deparan estas cosas: los resultados pueden estar a tiro de piedra.

El camping

Siempre que monto una tienda de campaña tengo la sensación de que podría vivir allí el resto de mi vida. Luego vienen las contracturas, la tortícolis, la claustrofobia y el calor mañanero. Lo que suelo hacer para combatir estos contratiempos físicos, es pensar en las hipotecas y sus intereses (no sólo en los económicos), y lo cierto es que suele darme un buen resultado. En seguida me pongo a maquinar dónde podría ir mi escritorio, mis libros y una colección de DVD que acabo de completar robando cupones de los periódicos de las cafeterías.
El camping que nosotros escogimos fue el de Los Escullos. Ahora, a toro pasado, tengo la sensación de que fue él quien trazó en el mapa la cruz que nos llevaba hasta su recepción. Después consiguió dotarnos del descanso, la tranquilidad y la cercanía que las primeras horas de la mañana y el mapa físico del Parque Natural nos ha ido exigiendo día a día. Este camping parece cobijar la amenazadora esperanza de toparte en alguna de sus calles con Roberto Bolaño sentado en el escalón de su caravana, tomando un café cuando quedan 30 segundos para que despunte el primer rayo de sol. Allí el silencio es tan sospechoso como ese vecino raro que siempre ordena las cartas de tu buzón. El camping de Los Escullos es un lugar que hace del viaje un buen estado de ánimo.

Rodalquilar

Creo que no es la Bienal de Arte Contemporáneo la que dota de vida a Rodalquilar. Es todo lo contrario. Si no fuera por la fertilidad de su color, las encrucijadas de sus calles, el esfuerzo de algunas de sus pendientes y la última pepita de oro que aún alberga en sus entrañas, la Bienal pasaría absolutamente desapercibida con un pulso débil y en estado de shock. Y este juicio no va en detrimento de la calidad de lo que allí se expone. Es, simplemente, el precio que tienen que pagar por exponer en uno de los lugares más hermosos del mundo. Quien durante estos días expone allí quizá sepa que su obra difícilmente alcance tal potencia en otro lugar. Los ojos del espectador irradian energía envueltos en la fiebre del oro que inocula su mina abandonada.

Los viajeros

La suerte de un viaje depende en gran medida de los viajeros. No todo va en la mochila por mucho que Labordeta intentara meternos todo un país entero. El grupo puede constituir una forma inteligente y atractiva de viajar, aunque nunca se puede descartar el envenenamiento, las infidelidades, los comentarios canallescos o que se te cuele una vegetariana en la tienda de campaña. Total, que viajar solo o en grupo es más bien una cuestión de fe.
Afortunadamente, el nuestro no incurrió en ninguna de estas malas artes -salvo el envenenamiento y resultó ser accidental y colectivo-. Practicamos el viaje en barco, el buceo a apnea, la huida en dirección contraria a las medusas, el avistamiento del zorro, el barranquismo involuntario, la gastronomía costera y el poder de la mineralogía. Sé que lo interesante para el lector es que algo de infidelidad se hubiera dado, pero, a día de hoy y que yo sepa, la cosa quedó más o menos en este inventario confesable.
Cuando se vuelve de los viajes, la primera sensación que te embarga es la de vacío. Una sensación rara e incómoda de tránsito. Algo parecido a lo que se debe sentir minutos antes de nacer. El día de regreso siempre trae alivio y nostalgia, tiene la apariencia crepuscular del último día de verano y pellizca y enmudece la perorata que nunca puedes dar en el momento de la despedida. Hay quien dice que se parece a la palabra pause escrita con una luz intermitente. Y, bien pensado, es muy probable que así sea.
[La casa del nadador espera tus consideraciones acerca del último día de vacaciones y sus alrededores]

Juan Manuel Gil

lunes, julio 17, 2006

La fiesta balsámica

Cuando escribo esta página, aún no ha tenido lugar la inauguración de la Bienal Internacional de Arte Contemporáneo de Almería (ALBIAC). Sin embargo, no es difícil deducir que a estas alturas todas las alcayatas ya estén clavadas en su sitio, la mayoría de caminos conduzcan al Parque Natural y las botellas de cava esperen heladas e impacientes su gran momento. Cuando en su día se anunció en los medios de comunicación que nuestra provincia volvería a retomar la sana costumbre de organizar un evento de esta naturaleza, sufrí un amago de colapso nervioso motivado por un cúmulo de emociones encontradas. Recuerdo que leí la noticia con alegría y que inmediatamente telefoneé a dos amigos para decirles que Almería iba a montar una Bienal. No tardaron en colgarme el teléfono, claro. Recuerdo también que luché por no reconstruir en la parte más húmeda de mi memoria la silueta provocadora del Hotel Algarrobico, quedando el intento sólo en eso.
Aunque no lo parezca, en esta casa se venera mucho la casualidad. Es cierto que lo fácil sería pensar que el repentino anuncio de la celebración de la Bienal pudiera obedecer a un intento de contrarrestar las continuas alertas que lanzaron diferentes grupos ecologistas acerca del Parque Natural o por mostrar una postura activa ante el escándalo europeo que despertó la construcción de un hotel fantasma en unos límites cartográficos aún más fantasmas. Pero hoy, con la Bienal recién estrenada, prefiero quedarme con el aire de celebración que trae consigo.
Espero que, durante los meses que dure el evento, el Parque Natural se convierta en uno de los lugares más escritos y pronunciados. Espero que las intervenciones que en él se hagan comulguen con su naturaleza y ayuden a contar y orientar los pasos que lleven hasta la gran cruz que alguien trazó en un mapa acartonado. Estoy convencido de que volverá a reactivar las minas de oro de Rodalquilar y algún naturista botánico sembrará las orillas de las carreteras de plantas balsámicas y aromáticas que se pronuncian en latín. A una fiesta como la Bienal no se puede poner más pero que el de su propio nombre: se celebra cada dos años y quizá se nos haga larga la espera. Nadie debería dejar de visitarla. La casa del nadador se traslada a las noches del Parque Natural.

Lecturas veraniegas

No hay más que pasear por la playa u hojear cualquier suplemento cultural. A la gente le gusta que, en caso de que tengan que abrir las maletas en el aeropuerto por motivos de seguridad, se escurran algunos libros y den contra el suelo en un acto de rebeldía. En el peor de los casos, resulta suficiente con que el guardia aeroportuario tenga que aguzar la mirada para deletrear el título de un libro a través de su monitor de rayos x. Las vacaciones animan a la holganza y a la serenidad, y la mayoría suele vincular ese estado con mucho cloro, bronceador de zanahoria, pensión completa y la lectura de un libro que alguien, ya no sabe quién, le recomendó en su día.
Hace unos meses se celebraron en Almería las jornadas académicas ‘Formulas para leer’, en el marco del recién estrenado y flamante ‘Festival del libro y la lectura’ (Lilec 06). El nudo de todas las intervenciones era el mismo y el título ya lo adelantaba: ¿Se puede dar con el logaritmo neperiano que ayude a fomentar la lectura? ¿Cuáles son los pasos que se deben seguir para inocular a un joven con el virus lector? Como podrán imaginar, las conclusiones que se alcanzaron fueron muchas y muy diversas. Algunas llegaron a encontrarse de frente con otras y, fruto de ese rifirrafe dialéctico, salieron las ideas más fresquitas y carnosas.
Todo esto viene a propósito de las lecturas veraniegas y una de las cuestiones que se tantearon entonces: ‘Leer, aunque sea el Codigo da Vinci’. No todos estuvieron de acuerdo en este punto y, entre los disidentes, me cuento yo. Uno de los planteamientos repetidos hasta la extenuación en lo que a lectura se refiere es que ‘hoy-los-jóvenes-leen-muy-poco’. Idea con la que yo estoy en total desacuerdo. A mi juicio, la juventud lee más que nunca. Y si no, qué hacen cuando reciben un SMS o un e-mail; a qué se dedican cuando activan su programa de mensajería instantánea (Messenger) o se compran revistas periódicas de distinta naturaleza y colores fluorescentes. Leen, pero no lo que los mayores esperan. Así que estoy convencido de que el trabajo no sólo tiene que ir encaminado hacia la enseñanza y el fomento de esta actividad, sino hacia la confección progresiva de un criterio lector exigente y concienzudo. Eso, o resignarnos y aceptar que los intereses lectores de una gran parte de la juventud son otros bien distintos: los que trae el discurso triturado y digerido de la televisión actual. Yo, que soy de los que no pierden la esperanza, recomiendo algunos títulos a aquellos que aún tengan un hueco vacío en la maleta: ‘El gran Felton’ de Joaquín Pérez Azaustre o cualquier libro de Raymond Carver. No se arrepentirán. Y si lo hacen, la casa del nadador acogerá encantada sus opiniones.

Juan Manuel Gil

lunes, julio 10, 2006

Se alquila casa

Teniendo en cuenta lo agitada que está la arena política en ésta última semana, hemos de aclarar un punto para alejarnos de incómodas especulaciones: la casa del nadador no ha sido subvencionada, becada o regalada por ninguna gran empresa constructora. Lo digo porque me temo que en los próximos días seguirán saliendo a la luz pública locales, trasteros, oficinas, sedes, pisos céntricos, huertos frutales y casetas de playa que fueron arrendadas por algunos que rubrican en la parte más débil de la ética. Deduzco que no termina de ser ilegal que un partido político, tal y como están las cosas en la ciudad en materia de hormigón y ladrillo, acepte, envuelto en papel celofán y con un gran lazo rojo, un local de manos de una gran constructora. Los regalos, regalos son. No seré yo quien quite la ilusión a estas celebraciones. Pero no me podrán negar que a uno se le afilan los colmillos con este tipo de hechos y, a poco que se le de vueltas al asunto, se acaba pensando mal o muy mal. Sobre todo si ese partido, en la anterior legislatura, se abalanzó sobre el área de urbanismo y se la metió en el falso fondo del sombrero; sobre todo si determinadas empresas constructoras –altruistas- hicieron su agosto en algunas zonas de la ciudad y no se vieron obligadas a invertir en accesos, de acuerdo con el crecimiento urbano. El cruce de declaraciones se encuentra en ese punto obcecado y cabezón en que deciden abrir el cajón ‘donde tengo guardados todos tus tropiezos, cariño’. Así que los alquileres generosos y desinteresados están saliendo a la palestra. Hasta que el señor alcalde haga una demanda de conciliación, claro, no vaya a ser que.
Hubo un tiempo en que me imaginé al nadador encaramado a la azotea de la eréctil torre que el señor Megino (GIAL) tenía proyectado construir en la capital. Una vez en las alturas gritaría seis o siete palabras que algunos viandantes no alcanzarían a escuchar y otros juzgarían vocablos de cualquier idioma nórdico o lengua olvidada y muerta. Después, en forma de lápiz con bañador elástico, se tiraría al vacío, dejaría pintada en el aire una perfecta línea azul cobalto y se zambulliría en una fuente del tamaño de la Ciudad Digital. Desgraciadamente, esto ya no va a ser posible. Al menos por ahora. Al parecer, un cálculo demasiado confiado en el precio del metro cuadrado ha sido la razón de que el concejal de urbanismo advirtiera que, en ocasiones, peca de bonachón. He leído por ahí que adjudicó la tasación del terreno a los técnicos de los propios compradores y que, claro, el precio no terminaba de ser el que debía. Menos mal que el señor Cervantes (IU) estaba ahí para decirle ‘Juan, que te engañan, Juan’. De todas formas, aún me quedan las colosales torres que construirá en la antigua térmica de El Zapillo para imaginarme al nadador, enhiesto y olímpico, en las alturas. Esta vez para zambullirse en el mar, que para eso va a edificar a apenas cien metros de la orilla del Mediterráneo. Con dos huevos.

Lo cierto es que con tanto vaivén de viviendas, rascacielos y locales para futuras sedes políticas uno acaba por agotarse. Sobre todo si las casas de las que verdaderamente se tienen que acordar yacen en el más absoluto abandono y desahucio. Almería tiene algunos edificios y monumentos en situación límite, y no parece que se esté haciendo demasiado para que esto cambie. Me vienen a la memoria las señas de la Casa de las mariposas, el Teatro Cervantes, la antigua estación de ferrocarril, la estación de autobuses de la Plaza de Barcelona mutándose en supermercado, algunos diseños de Guillermo Langle ya derruidos o el Cable Inglés. Me viene a estas líneas la casa del poeta José Ángel Valente cerrada a cal y canto; muerta de silencio y entregada al vacío. Una imagen vergonzosa a ojos de los que, casi en peregrinación, pasean por su calle y se sientan en su puerta cada vez que pisan nuestra ciudad. A pesar de que el Ayuntamiento desembolsó una cantidad importante para adquirir sus dos plantas y azotea, con vistas a inaugurar una futura casa de la poesía, el proyecto no parece cercano casi 6 años después de su muerte. Así lo dejan entrever unas macetas mustias en sus ventanas mudas, un ruido fantasma y una placa honorífica que acabará por desatornillarse a sí misma y marcharse con la música a otra parte. A este paso, el letrero en el que reza el nombre de la calle y del poeta será el único material que conservemos de su vida en el sur. Posiblemente las cosas no las hicimos bien en su momento. No sé si tuvimos oportunidad de pujar por su biblioteca, pero ya es demasiado tarde para quejas y berrinches. Nos quedan aún las cuatro paredes en las que se refugió y la azotea desde la que miraba a diario. El que tenga las llaves en su cajón debería cogerlas inmediatamente e ir allí, abrir las puertas y ventanas y dejar que la luz lo queme todo.
Juan Manuel Gil

domingo, julio 02, 2006

Tras las huellas del nadador


Primeras coordenadas. La casa del nadador podría estar a las afueras de la ciudad. Me atrevería a decir que más hacía el norte que hacía cualquier otro punto cardinal. Aunque, ciertamente, esto no me preocupa demasiado porque el musgo siempre tiene la última palabra y suele evitar el extravío del que decide dejar atrás el bosque. La casa del nadador es de naturaleza lírica y esquiva, y necesita de la palabra para la reconstrucción. Éste es un lugar raro.
Durante algún tiempo, me imaginé a su inquilino acondicionando la parte trasera de un olvidado almacén en un madrugador polígono industrial. Hoy esa idea se ha ido desdibujando en favor de otras más heterogéneas e improbables: una casa de tablones y clavos, un chalé de escritura dudosa, un apartamento con temblores en la Villa Olímpica, la parte más húmeda de un camping o una habitación numerada y con moqueta. Todas me parecen tan certeras como desencaminadas. Todas tan hermosas como ridículas. Así que en este preciso momento puedo escribir que no sé con exactitud dónde se erige la casa del nadador. La busco, eso sí, porque sé que dar con ella puede ayudarme a aclarar un poco más las cosas. Posiblemente, allí estén las fibras de algodón bajo las uñas de la víctima o la gota de saliva. En definitiva, la prueba incriminatoria que dictamine con contundencia qué, quién y cómo. Espero dar en cualquier momento con el contorno húmedo de la huella del nadador. Y para ello quiero contar con la colaboración del lector.
A la espera del hallazgo, puedo imaginar en qué irá convirtiéndose la casa del nadador, aunque resulte difícil determinar el color de sus puertas y ventanas, precisar el número de habitaciones y fijar sus límites. Por esta página, que simboliza esa búsqueda constante y que tendrá un sucedáneo en la Red, irán pasando desde episodios soportados sobre la pura invención, hasta artículos de opinión, críticas librescas, reseñas culturales, pataleos inconformistas o extractos fieles de la bitácora del nadador. Quizá una mezcla de todo ello sea lo recomendable. Porque hace tiempo que la realidad adoptó determinadas propiedades balsámicas de la ficción, y cada vez cuesta más distinguir a una de otra. En cualquier caso, la mirada del nadador pretende ser nueva y estar libre de cloro. Atenta y comprensiva con lo que le rodea. Para ello la palabra del lector va a ser indispensable, y ésta se va a canalizar a través de la página web www.lacasadelnadador.es. Desde allí los comentarios serán efectivos en la búsqueda y podrán pasar a formar parte de está misma página que ahora lee.

El verano se presenta pleno. Con España ya fuera del mundial de fútbol, las pasiones se moderan o acaban escurriéndose por el sumidero de alguna tristeza. Así que uno empieza a piropear la costumbre y canta a las vacaciones y a sus desayunos más holgados y proteicos. En el fondo, nadie recuerda con exactitud canalla las vacaciones del verano anterior –precisamente por un invierno severo-, así que se acaba haciendo con gusto lo que ya es todo un ritual: despertar mientras se cree que el vecindario duerme, volver a trazar la misma ruta de viaje, cargar el maletero de enseres, amenazar a los niños con un ‘todavía nos quedamos en casa’ y quejarse de que esa estación de servicio siga poniendo la misma insípida comida del año anterior. Aun así, el verano bien merece la pena. Y me atrevo a afirmarlo con mayor rotundidad si el destino del que hablamos es la costa de nuestra ciudad.
Es verdad que no ha salido todo como hubiésemos querido. Pero es que tenemos que reconocer que cuadrar lo que nuestros políticos tenían previsto en estas fechas es algo harto difícil. El clima invita a otros quehaceres menos austeros con el cuerpo. Sólo espero que los que vengan a pasar sus vacaciones aquí comprendan la situación y sean benévolos con nuestros dirigentes políticos, porque ellos también son víctimas de sus propios desmanes. Es así de triste y ridículo. Y si no, que se lo pregunten a la concejal que no va a poder disfrutar de su chalé a los pies de Sierra Nevada por un quítame allá esos metros construidos de más. O ¿es que las banderas azules que hemos perdido en algunas de las playas más emblemáticas de la ciudad no es pérdida que hagan suya?
En Cualquier caso, como digo, el verano se presenta pleno. Ya apuntan a ello determinadas adjudicaciones municipales un tanto dudosas; empiezan a aparecer los nombres de los que por ahora son conocidos de unos amigos de alguien que se ha visto salpicado por la ‘Operación Malaya’; la antigua estación de autobuses (by Guillermo Langle) albergará una enorme sección de charcutería; los políticos piden serenidad en el cruce de declaraciones con un argumento de peso: ‘no vaya a ser que acabemos diciendo lo que no queremos y tú y yo sabemos’; el concejal de urbanismo, que tiene aires de altura, hace tiempo que empezó a resultar cansino con tanta torre y centro comercial; y se inaugura el sarao de los candidatos y la precampaña electoral. Es cierto que esta nueva sección se presenta en un momento convulso. Pero es tan triste y plomizo el invierno que, aun así, el verano merece la pena. Sean bienvenidos a la casa del nadador.

Juan Manuel Gil